Por encima del puerto, donde pequeñas embarcaciones salpicadas de sangre de pescado vuelven a la costa y hombres con bigotes incrustados de hielo descuartizan focas, hay un edificio de dos pisos donde trabaja Palle Jeremiassen. Él es el alcalde de Ilulissat, una pequeña ciudad del círculo polar ártico, y hoy tiene un día ajetreado.
Los intensos vientos acaban de destruir el camino que lleva al mejor lugar para pescar en el hielo, y los pescadores —algunos siguen ostentando pantalones de piel de oso polar— se están enfadando.
En otro asentamiento más al norte, el hielo es demasiado delgado para atravesarlo. Los groenlandeses lo llaman “hielo joven”, aunque a estas alturas del invierno no debería ser tan joven. Otro signo preocupante del cambio climático. A menos que el alcalde Jeremiassen organice rápidamente helicópteros con envíos de emergencia, los pobladores que suelen desplazarse en motos de nieve y trineos tirados por perros podrían quedarse sin comida.
Aquí, en la costa occidental de Groenlandia, el hielo define la vida. Los interminables campos de nieve resplandecen con millones de cristales de hielo. Un horizonte de icebergs como zafiros se eleva desde el mar semicongelado. Pero algo aún más grande ocupa la mente del alcalde en este momento, y la de mucha gente de aquí. Se reduce a una palabra: Trump.
Dinamarca, que en el pasado colonizó Groenlandia, aún supervisa muchos de sus asuntos. Pero ahora el presidente Donald Trump dice que Estados Unidos tomará el control de Groenlandia, y no ha descartado utilizar la fuerza para hacerlo.
“¿Qué podemos hacer cuando venga?”, se pregunta el alcalde. “No seremos estadounidenses. No queremos ser europeos. Queremos ser groenlandeses”.
Esas fueron las palabras que resonaron por toda Groenlandia durante un viaje de casi dos semanas en el que periodistas del New York Times viajaron en avión, barco, jeep, moto de nieve y trineo tirado por perros, hablando con decenas de groenlandeses, desde camareros y pescadores hasta la clase política. Les preguntamos qué pensaban de la codicia de Trump y de su confianza en que los groenlandeses “quieren estar con nosotros”.
El consenso era claro: los groenlandeses sienten que llevan demasiado tiempo bajo el control danés y no quieren un nuevo amo colonial, especialmente uno más grande y autoritario. Una encuesta reciente mostró que el 85 por ciento de la minúscula población de 56.000 habitantes no quiere formar parte de Estados Unidos. Aun así, muchas personas expresaron su deseo de forjar una relación más estrecha con Washington.
Estas tensiones contrapuestas han empujado a Groenlandia —una isla vasta y enigmática que durante la mayor parte de su existencia ha atraído poca atención— a una extraordinaria vorágine geopolítica que está fuera de su control. La situación ha sacudido profundamente a Europa, que ahora también está alarmada por el cálido acercamiento de Trump a Rusia, y podría tener consecuencias que se extiendan mucho más allá de Groenlandia.
A Dinamarca le preocupa un posible enfrentamiento. Los líderes de Europa, alarmados por la insinuación del presidente de que podría tomar Groenlandia por la fuerza, reaccionaron alineándose detrás de Dinamarca. Francia incluso ofreció enviar soldados.
Superpotencias como Estados Unidos, Rusia y China están evaluando las oportunidades militares y económicas de las rutas marítimas del Ártico alrededor de Groenlandia, y compitiendo por posicionarse.
Al mismo tiempo, ha estallado una repentina fiebre por los recursos minerales sin explotar de la isla. Importantes inversores estadounidenses, entre ellos algunos aliados de Trump, están involucrados con empresas de prospección de níquel, hierro y elementos de tierras raras, a pesar de que gran parte de ellos están atrapados muy por debajo del suelo helado o del hielo (en algunas partes de Groenlandia, el hielo tiene alrededor de tres kilómetros de espesor). China también ha puesto sus ojos en las riquezas minerales de Groenlandia. Los groenlandeses, mientras tanto, no están acostumbrados a sentir que todo el mundo quiere un pedazo de ellos.
Forman parte de una comunidad inuit más amplia que se extiende desde Rusia hasta Alaska y Canadá, donde muchas personas siguen llevando una vida tradicional, cazando focas, alguna ballena de vez en cuando, y saliendo adelante en uno de los entornos más hostiles del planeta. Durante mucho tiempo se han sentido marginados y no respetados, y su resentimiento hacia sus antiguos colonizadores, los daneses, quienes llegaron a la isla en 1721 y aún controlan su política exterior, su defensa y sus fuerzas policiales, ha ido en aumento.
Ahora que Trump ha declarado sus intenciones de controlar la isla, los groenlandeses están obteniendo importantes concesiones de los daneses, a quienes Trump no deja de ridiculizar.
“Hace dos semanas pusieron allí dos trineos tirados por perros”, dijo Trump recientemente, refiriéndose a los esfuerzos de Dinamarca por salvaguardar Groenlandia. “Creían que eso era protección”.
Aunque muchos groenlandeses aclararon que no son devotos de Trump, disfrutan viéndolo mangonear a Dinamarca. En entrevistas, expresaron su confianza en que esto a la larga los ayude a conseguir un estado soberano propio, algo que ninguna otra comunidad inuit ha logrado. Si es que Estados Unidos no se los traga primero.
“Toda la gente conozco dice: ‘Esto es tan gracioso, tan absurdo, pero también tan bonito’”, dijo Svend Hardenberg, ejecutivo minero y, más recientemente, protagonista de una serie danesa de moda en Netflix que, casualmente, tuvo una temporada entera sobre Groenlandia.
“Habrá mucha gente intentando influirnos, de una forma u otra”, dijo. “Así que ahora tenemos que pensar cómo hacer lo mejor para nosotros mismos, ver realmente lo que Estados Unidos y Dinamarca pueden ofrecer”.
“Este”, añadió, “es nuestro momento”.
El aspecto político
Una tarde del mes pasado en Nuuk, la capital de Groenlandia, Kuno Fencker, miembro del Parlamento, salió de una conferencia de prensa con la frustración reflejada en el rostro. El primer ministro de Groenlandia, Múte Egede, había eludido una pregunta sobre la independencia, negándose a responder claramente por qué el gobierno no debía buscarla en este momento.
Fencker quiere que Groenlandia inicie inmediatamente las negociaciones de divorcio con Dinamarca.
“¿Por qué no podemos formar parte del mundo global?”, preguntó. “¿Por qué no se nos permite ser miembros de la ONU? ¿Por qué no deberíamos poder ser miembros de las organizaciones internacionales relacionadas con nuestra pesca, nuestras ballenas, todo? ¿Por qué tiene que ser un danés o una danesa en Dinamarca quien decida eso?”.
Hablaba desde su despacho en un moderno edificio de líneas limpias y diseño escandinavo, mientras una excavadora levantaba trozos de nieve frente a su ventana. Las calles y aceras de Nuuk estaban cubiertas de hielo, y los recién llegados, entre los que me encontraba yo, necesitábamos atarnos clavos de plástico a las botas para no salir volando repentinamente. Los groenlandeses, mientras tanto, caminaban tranquilamente por las mismas aceras como si estuvieran paseando por una alfombra.
Fencker regresó hace poco de Washington, donde consiguió una visita guiada al ala oeste de la Casa Blanca. Él forma parte del pequeño grupo pro-Trump de Groenlandia que ayudó a organizar una visita de Donald Trump Jr. en enero.
Sus rivales políticos se apresuraron a llamarlo traidor. Hay un contingente de políticos groenlandeses que desconfían de Trump, pues lo consideran arrogante e impredecible, pero Fencker afirma que colaborar con el equipo de Trump es “necesario si Groenlandia quiere tomar las riendas de su futuro”.
Él, como muchos groenlandeses, cree que la isla debe independizarse. Pero establecer su propia relación estrecha con Estados Unidos es igual de importante, sostienen él y muchos otros groenlandeses. Creen que esto les abrirá más oportunidades de inversión y comercio y garantizará que ningún otro país, como Rusia o China, les cause problemas.
La esperanza entre los partidarios de Fencker es que cuando Groenlandia se libere de Dinamarca firme un acuerdo de libre asociación con Washington, similar a lo que Estados Unidos ha logrado con las Islas Marshall, Micronesia y Palaos, tres pequeños países independientes del Pacífico Sur que dependen en gran medida de la protección militar estadounidense y de millones de dólares en subsidios.
Este escenario difiere de la insistencia de Trump en que Estados Unidos debería simplemente tomar el control. No ha explicado del todo su fijación con Groenlandia, que se remonta a su primer mandato, cuando intentó sin éxito comprársela a Dinamarca, más allá de decir que es importante para la “seguridad económica” y la “libertad en todo el mundo”. Nadie sabe realmente qué tipo de acuerdo aceptaría finalmente Trump.
Tal como está, la isla recibe cierta protección de EE. UU.: en el norte hay una pequeña base estadounidense con alrededor de 150 personas enfocadas en la defensa antimisiles y la vigilancia espacial.
Pero los investigadores afirman que la región ártica se está calentando casi cuatro veces más rápido que el resto del planeta, y a medida que el hielo polar se derrite, toda esta zona se está volviendo más accesible. También más disputada. Esto incluye las rutas marítimas alrededor de Groenlandia, codiciadas por Rusia y China.
Dinamarca sigue insistiendo en que Groenlandia tiene derecho a determinar su propio destino. Según la legislación danesa y groenlandesa, la isla tiene el derecho de realizar un referéndum sobre la independencia. Y hay una sencilla razón por la que aún no lo ha hecho.
La economía de Groenlandia es pequeña; se basa principalmente en la pesca y aún depende de Dinamarca para recibir cientos de millones de dólares de ayuda cada año. Ese dinero paga buenas carreteras, gasolina barata, buenas escuelas y atención médica gratuita, un nivel de vida escandinavo al que muchos groenlandeses se resisten a renunciar.
“Aquí somos afortunados”, dijo Finn Damgaard, un oficinista jubilado que un día reciente estaba entrando en calor sentado en un banco de uno de los pocos centros comerciales de Nuuk. El clima era terrible —vientos feroces y temperaturas bajo cero— y él estaba tomando un descanso en su camino a la biblioteca.
Dijo que se había enterado, leyendo y viendo la televisión, de la desigualdad en Estados Unidos y de la forma en que se ha tratado a los inuit en Alaska.
“No es bueno”, dijo.
Como otros, Damgaard cree que Groenlandia debería buscar la independencia, pero no ahora.
“No creo que estemos preparados todavía”, dijo. “Necesitamos desarrollar una forma de ingresos”.
Su respuesta: la minería.
Las minas de Groenlandia
“Groenlandia es como un paraíso para los geólogos”, dijo Qupanuk Olsen, una groenlandesa con muchos roles: ingeniera de minas, influente de redes sociales, madre, cazadora, seguidora de chamanes. “Tenemos oro, tenemos hierro, tenemos titanio; tenemos hasta diamantes”, dijo. “Tenemos rubíes. Tenemos elementos de tierras raras. Tenemos uranio. Tenemos muchísimos minerales. Pero la cuestión es que en este momento no son rentables, debido a la infraestructura”.
Los pocos puertos que hay en Groenlandia suelen estar bloqueados por el hielo. En toda la isla de 2,1 millones de kilómetros cuadrados hay menos de 160 kilómetros de carreteras asfaltadas. Muchas zonas mineras prometedoras son de tan difícil acceso que tan solo perforar en busca de muestras resulta extremadamente complicado, por no hablar de sacar barcos cargados de los puertos encerrados por icebergs.
Aun así, algunas empresas mineras internacionales lo están intentando. Lumina, propiedad de firmas de inversión europeas y canadienses, está extrayendo anortosita, un mineral grisáceo utilizado en pinturas y fibras de vidrio.
A varios cientos de kilómetros de Nuuk, en la costa occidental, se encuentra la Isla Disko, donde KoBold, una empresa minera emergente respaldada por inversiones de Jeff Bezos y Bill Gates, entre otros multimillonarios, ha explorado en busca de níquel.
Otro actor es Critical Metals Corporation, que tiene una mina de tierras raras en el sur de Groenlandia y ha atraído una importante inversión de la empresa financiera neoyorquina Cantor Fitzgerald. Howard Lutnick, secretario de Comercio de Trump, ha sido director ejecutivo de la empresa durante años.
Actualmente hay un enorme apetito por elementos de tierras raras, que se utilizan en nuevas tecnologías como los vehículos eléctricos. Y Groenlandia los tiene en abundancia.
China compró una participación en otra mina de tierras raras prometedora, pero ahora su explotación está bloqueada por problemas medioambientales.
Hace varios años, el gobierno chino encargó un estudio geológico de Groenlandia, afirmando que tenía “un gran potencial de minerales”. Sin embargo, “potencial” sigue siendo la palabra clave aquí.
“Groenlandia es como un enorme yacimiento que está ahí esperando a que los precios suban lo suficiente para que podamos venderlo”, dijo Olsen.
Una relación complicada
Olsen habló desde su hermosa y espaciosa casa nueva con vista al puerto de Nuuk y a las finas láminas de lo que llaman “hielo panqueque” que flotan en el puerto. (Los groenlandeses tienen muchas categorías de hielo: hielo panqueque, hielo joven, hielo viejo, hielo compacto, hielo negro, hielo glaciar y hielo marino, por nombrar algunos).“No quiero formar parte de Estados Unidos”, dijo Olsen, quien se postulará a las próximas elecciones parlamentarias, en marzo. “Pero en algún momento tendremos que hacer negocios con ellos”.
Como ocurre con muchos groenlandeses, los sentimientos de Olsen hacia Estados Unidos son complicados. Sabe que la atención estadounidense hacia Groenlandia podría generar beneficios; ya lo ha hecho.
Tan solo en las últimas semanas, en las que Trump ha estado presionando, los daneses han accedido a cosas que los groenlandeses llevaban años exigiendo. El groenlandés, por ejemplo, será reconocido como identidad nacional legítima en los pasaportes, y ahora Groenlandia podrá exportar pescado más fácilmente a los mercados extranjeros.
Dinamarca también acaba de anunciar un importante aumento del gasto militar para el Ártico, algo que, según los groenlandeses, debió haber ocurrido hace mucho tiempo.
Los habitantes de la isla son cada vez más críticos con Dinamarca; es parte de una reinterpretación más amplia de la relación de 300 años entre la Dinamarca continental y una isla que es 50 veces más grande.
Lo que es importante para los groenlandeses, revelaron nuestras entrevistas, es su fuerte sentido de identidad. Provienen de un pequeño grupo de personas que han sobrevivido durante siglos en una patria sombría pero hermosa. Están orgullosos de sus icebergs, de su bandera roja y blanca que representa al sol y al hielo, y de sus tradiciones como la pesca en el hielo y el trineo tirado por perros. Quieren asegurarse de que, pase lo que pase en este próximo capítulo de su historia, recibirán el respeto que merecen.
Muchos se sintieron insultados por la visita de los Nelk Boys, un grupo de influentes pro-Trump, conocidos por sus videos de bromas, que llegaron a Nuuk hace unas semanas, repartiendo gorras rojas de MAGA y billetes de 100 dólares nuevos. “¿Creen que pueden comprarnos?”, gritó un hombre, rompiendo un billete de 100 dólares por la mitad.
Si Trump estaba intentando ganárselos, su tono arrogante no ha ayudado.
“Sabemos muy bien que nos ve como si no fuéramos nada, porque, a fin de cuentas, no es más que un hombre de negocios intentando hacer tratos”, dijo Olsen.
“No somos muebles”, añadió. “Ya nos han colonizado bastante, y estamos hartos”.
Chris Buckley colaboró con reportería desde Taiwán, Kate Kelly desde Washington y Maya Tekeli desde Groenlandia. Gráficos por Samuel Granados.
Jeffrey Gettleman es un corresponsal internacional radicado en Londres que cubre sucesos a nivel mundial. Ha trabajado para el Times por más de 20 años. Más de Jeffrey Gettleman
Ivor Prickett es un fotógrafo radicado en Estambul. Cubrió el ascenso y la caída de ISIS en Irak y Siria mientras trabajaba para el Times. Más recientemente ha trabajado en reportajes relacionados con la guerra de Ucrania. Más de Ivor Prickett