Durante más de 150 años, las autoridades estadounidenses han buscado repetidamente, como dice el presidente Donald Trump, “obtener” Groenlandia.
La idea surgió en la década de 1860, y de nuevo antes y después de las guerras mundiales. En cierto modo, el momento no podría ser mejor que ahora, cuando los groenlandeses están reexaminando su dolorosa historia colonial bajo Dinamarca y muchos de sus habitantes desean separarse de Dinamarca, que sigue controlando algunos de los asuntos de la isla.
Pero el presidente Trump parece haber ido demasiado lejos.
La decisión, anunciada este fin de semana, de enviar una delegación estadounidense de alto nivel a la isla, aparentemente sin invitación, ya está resultando contraproducente. Su gobierno intentó presentarlo como un viaje amistoso, diciendo que Usha Vance, la esposa del vicepresidente JD Vance, asistiría a una carrera de trineos tirados por perros esta semana con uno de sus hijos, y que Michael Waltz, el asesor de seguridad nacional, visitaría una base militar estadounidense.
Pero en lugar de ganarse los corazones y las mentes de los 56.000 habitantes de Groenlandia, la medida, unida a las recientes declaraciones de Trump sobre cómo va a “conseguirla, de un modo u otro”, está alejando aún más a Groenlandia.
En las últimas 24 horas, el gobierno groenlandés ha abandonado su postura previa de timidez y ambigüedad ante la insistencia de Trump. En su lugar, lo ha tachado de “agresivo“ y ha pedido apoyo a Europa. Y la visita prevista solo puede reforzar los lazos entre Groenlandia —una tierra cubierta de hielo tres veces mayor que Texas— y Dinamarca.
“Está claro que esto tendrá el efecto contrario al que desean los estadounidenses”, dijo Lars Trier Mogensen, analista político residente en Copenhague. “Esta ofensiva aleja aún más a Groenlandia de EE. UU., a pesar de que hace un año todos los partidos de Groenlandia esperaban tener más negocios con los estadounidenses”.
¿Su predicción? Los groenlandeses, dijo, “buscarán seguridad en el statu quo: en el Reino de Dinamarca y sus alianzas”.
Incluso la carrera de trineos tirados por perros ha reaccionado con frialdad. Los organizadores de la carrera —la Avannaata Qimussersua, el Super Bowl groenlandés de las carreras de trineos de perros— dijeron el domingo sobre Usha Vance y su hijo: “No los hemos invitado”, pero añadieron que el evento estaba abierto al público y “podrían asistir como espectadores”.
El drama de Groenlandia comenzó durante el primer mandato de Trump. Entonces, el presidente planteó la idea de comprar la isla a Dinamarca —algunos de sus partidarios señalaron su ubicación al borde de América del Norte y a lo largo del océano Ártico—, pero el plan se desvaneció. Por inesperado que pudiera parecer, Trump no fue el primer funcionario estadounidense que tuvo esa idea.
En 1868, el secretario de Estado William Seward, recién salido de la compra de Alaska, encargó un estudio sobre la adquisición de Groenlandia. Le interesaba el carbón de Groenlandia, pero el plan no llegó a ninguna parte. Los funcionarios estadounidenses resucitaron la idea en 1910 y de nuevo en 1946, al considerar Groenlandia un trozo de territorio estratégicamente importante, pero en todas las ocasiones Dinamarca se rehusó a desprenderse de él.
Lo que ha cambiado en los últimos años es el control de Dinamarca. En 2009, Dinamarca concedió a Groenlandia el autogobierno, lo que significa que la isla gestiona la mayoría de sus asuntos, excepto la defensa, la política exterior y algunos otros. Un movimiento a favor de la plena independencia ha ido cobrando fuerza. Este mes, unas elecciones parlamentarias muy vigiladas en la isla arrojaron un resultado incómodo y contradictorio: el partido que quedó en primer lugar quiere conseguir la independencia lentamente, mientras que el que quedó en segundo lugar quiere que sea mucho más rápido e incluye a un destacado integrante favorable a Trump que asistió a la toma de posesión del presidente estadounidense.
Esto plantea otra complicación: el momento en que sucede la visita, cuando los partidos de Groenlandia siguen negociando quién formará el próximo gobierno de la isla.
“Es un mal momento. Ni siquiera tenemos todavía un nuevo gobierno. Deberían haber esperado”, dijo Jens Peter Lange, técnico dental de Ilulissat, ciudad situada en el Círculo Polar Ártico.
Pero dijo: “¿Es una falta de respeto? La verdad es que no. Yo diría más bien: les falta conocimiento de la situación”.
Svend Hardenberg, ejecutivo minero y, más recientemente, protagonista de una serie danesa de Netflix con una temporada entera ambientada en Groenlandia, ofreció una visión más matizada, pero no menos mordaz.
“La gente está interpretando una intención política en algo que, en la práctica, es bastante sencillo”, dijo. “Se suponía que iba a ser una celebración cultural positiva, y ahora se ha convertido en un enfrentamiento geopolítico”.
Culpó a la prensa, sobre todo en Dinamarca, de “moldear la opinión pública en una dirección que crea desconfianza”, y añadió: “Es la narrativa danesa: Dinamarca defiende su propio lugar en el mundo. Eso es lo que estamos viendo aquí“.
La visita lleva semanas preparándose. Jørgen Boassen, albañil groenlandés y partidario declarado de Trump, dijo que él ayudó a organizarla.
Boassen ha participado en varios de los esfuerzos sin tacto del bando de Trump en Groenlandia, incluida la visita de Donald Trump Jr. en enero, a la que siguieron influentes de las redes sociales favorables a Trump repartiendo billetes de 100 dólares. A muchos groenlandeses tampoco les gustó mucho eso tampoco.
Aun así, “en lugar de limitarnos a rechazarlos, deberíamos cooperar con los estadounidenses”, dijo Boassen en una entrevista. “Sencillamente, no podemos evitar a EE. UU. como socio, ya sea en comercio o en defensa”.
“Creo que es absolutamente estupendo que vengan”, añadió. “Es una gran promoción para nuestros perros de trineo groenlandeses”.
Jeffrey Gettleman es un corresponsal internacional radicado en Londres que cubre sucesos a nivel mundial. Ha trabajado para el Times por más de 20 años. Más de Jeffrey Gettleman