La elevada inflación ha puesto en peligro los planes del presidente Donald Trump de intensificar el uso de aranceles sobre los principales socios comerciales del país, con el riesgo de que suban aún más los precios al consumo y de que la Reserva Federal baje pronto las tasas de interés.
Los nuevos datos de inflación publicados esta semana mostraron una intensificación de las presiones sobre los precios. El inesperado aumento del Índice de Precios al Consumidor (IPC) de enero reflejaba en parte las peculiaridades estacionales que suelen surgir a principios de año, pero el incremento global fue lo suficientemente grande como para impulsar nuevos temores sobre las perspectivas.
Trump se apresuró a responsabilizar a su predecesor, una línea de ataque que luego aprovechó Karoline Leavitt, su secretaria de prensa, quien calificó los últimos datos de inflación de “una imputación a la mala gestión de la crisis inflacionista por parte del gobierno de Biden y a su falta de transparencia a la hora de abordarla”.
Pero imponer aranceles en un momento en que la inflación aún no ha sido vencida se considera una estrategia arriesgada, especialmente para un presidente que juró en campaña electoral que bajaría los precios el “Día 1″.
“Implementar grandes aumentos en los precios de los bienes importados podría insuflar nueva vida a algunos de los rescoldos inflacionistas que aún existen en la economía”, dijo Michael Strain, economista del Instituto Estadounidense de la Empresa, un laboratorio de ideas conservador.
El jueves, Trump dijo que se disponía a imponer “aranceles recíprocos”, que elevarían los gravámenes que Estados Unidos cobra a las importaciones en función de una amplia lista de criterios, entre ellos lo que otros países imponen a los productos estadounidenses.
Cuando se le preguntó por el posible impacto en los precios, se mostró evasivo, diciendo que “los precios podrían subir algo a corto plazo, pero los precios también bajarán”.
Los aranceles recíprocos, que aún no han entrado en vigor, se basan en las medidas que anunció en sus primeras semanas de regreso en la Casa Blanca, entre ellas un arancel adicional del 10 por ciento sobre todas las importaciones estadounidenses procedentes de China y aranceles del 25 por ciento sobre las importaciones de metales.
También ha mantenido la posibilidad de imponer aranceles del 25 por ciento a casi todos los productos procedentes de Canadá y México, aunque suspendió temporalmente esas medidas hasta el 4 de marzo. En total, esas decisiones afectarán a más de 1,3 billones de dólares de importaciones estadounidenses, y el presidente ha dicho que se están preparando aranceles para muchos otros países e industrias, desde el cobre hasta los productos farmacéuticos.
Esta semana, el gobierno de Trump no dio indicios de que se estuviera preparando para cambiar el rumbo de su estrategia económica ante los indicios de que persistía la alta inflación.
Kevin Hassett, director del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca, dijo el miércoles en CNN que los planes de Trump de recortar el gasto, ampliar la producción de energía y bajar los impuestos reducirían los costos.
Es un argumento que también ha esgrimido Peter Navarro, el asesor comercial del mandatario. “Estos aranceles no se producen en el vacío”, dijo en una entrevista en su despacho a finales de enero.
Navarro dijo que esperaba que países como China, cuya economía depende de que los estadounidenses compren sus productos, reaccionaran a los aranceles estadounidenses recortando sus propios precios. “Los aranceles no causan inflación cuando los impone el mayor mercado del mundo”, añadió.
También es probable que el gobierno chino devalúe su moneda para compensar los efectos de los aranceles, haciendo que sus productos sean más baratos en el extranjero. Navarro argumentó que los aranceles también podrían originar una mayor inversión interna en Estados Unidos, aumentando la productividad de los trabajadores, lo que dijo que era “la mejor manera de luchar contra la inflación”.
Stephen Moore, exasesor económico principal de Trump, reconoció que “no se ha matado al dragón de la inflación”, pero también sugirió que era improbable que los aranceles del presidente empeoraran la inflación en el contexto de su programa general de impuestos y desregulación. Aunque expresó cierto escepticismo sobre las ventajas de aumentar los aranceles sobre el acero y el aluminio, Moore también dijo que pensaba que lo más probable era que las amenazas arancelarias fueran una estrategia de negociación y que Trump lograría frenar la inflación.
“Si Trump se limitara a subir los aranceles, probablemente tendría un efecto inflacionista, pero si se considera el conjunto de la agenda —más recortes del impuesto sobre la renta, producción de más energía, desregulación de la energía—, en mi opinión ejercerá una presión a la baja sobre los precios”, dijo Moore.
Pero muchos economistas se muestran más inquietos ante las perspectivas.
Alan S. Blinder, economista de Princeton que fue vicepresidente de la Reserva Federal, advirtió que los aranceles y las deportaciones masivas —otra piedra angular de la agenda económica de Trump— constituyen “choques estanflacionarios”.
“Son inflacionistas y anticrecimiento”, dijo.
Según un análisis publicado este mes por economistas del Banco de la Reserva Federal de Boston, un arancel adicional del 10 por ciento sobre las importaciones procedentes de China, así como un arancel del 25 por ciento sobre los bienes procedentes de Canadá y México, podría añadir hasta 0,8 puntos porcentuales a la inflación “subyacente”, una medida que elimina los volátiles precios de los alimentos y la energía.
Los efectos serían mucho mayores si Trump cumpliera su promesa electoral de imponer un arancel universal, advirtieron los economistas. La inflación subyacente podría aumentar 2,2 puntos porcentuales adicionales si se impusiera un gravamen del 10 por ciento a las importaciones procedentes del resto del mundo y los aranceles a las importaciones chinas se elevaran al 60 por ciento, mostró su investigación.
Normalmente, los aranceles se consideran políticas que solo provocan un aumento puntual de los precios que no se traduce en una inflación más alta que sea sostenible. Pero el impacto real depende de una serie de factores, como la manera en que se introducen, si las empresas transmiten esos costos más elevados a los consumidores y, quizá lo más importante, si esos consumidores terminan cambiando sus pautas de gasto para tener en cuenta los precios más altos.
Raphael Bostic, presidente del Banco de la Reserva Federal de Atlanta, dijo en un acto reciente que los ejecutivos empresariales con los que había hablado esperaban transmitir los costos más elevados a los consumidores “al 100 por ciento”.
“Una cosa es esperarlo y otra cosa es hacerlo, por lo que tendremos que ver lo que realmente ocurre”, dijo.
Extrayendo lecciones de la primera guerra comercial de Trump en 2018, Omair Sharif, fundador de la empresa de investigación Inflation Insights, dijo que esperaba que esta vez también repercutieran en los consumidores los costos más elevados ligados a los aranceles sobre determinados artículos domésticos.
En ese entonces, por ejemplo, el IPC de los equipos de lavandería subió aproximadamente un 18 por ciento en tres meses después de que se aplicara un arancel del 20 por ciento a las lavadoras residenciales grandes lo que, según Sharif, sugiere que “casi todo el arancel repercutió rápidamente”.
“Yo esperaría algo parecido”, dijo.
Debido a la incertidumbre sobre las perspectivas de inflación y las políticas de Trump, la Reserva Federal (también conocida como Fed) ha optado por mantenerse al margen de nuevos recortes de las tasas de interés por el momento. El presidente de la Fed, Jerome H. Powell, dijo a los legisladores esta semana que el banco central quería ver más avances en el sentido de que la inflación estaba en camino de regresar a su objetivo del 2 por ciento y que, si las presiones sobre los precios no mejoraban, la Fed “mantendría la contención de la política durante más tiempo”.
Ese plan va en contra del deseo de Trump de bajar las tasas de interés, que reiteró en una publicación en las redes sociales el miércoles. “¡¡¡Hay que bajar las tasas de interés, algo que iría de la mano de los próximos aranceles!!!”, escribió.
Austan Goolsbee, presidente del Banco de la Reserva Federal de Chicago, reconoció que extraer una señal de los datos de inflación probablemente será más difícil a medida que Trump promulgue políticas que se espera que afecten directamente a los precios. Eso pone a la Reserva Federal en la “incómoda situación de intentar distinguir qué componente del aumento de los precios procede de algo que deberíamos analizar y qué es una señal de sobrecalentamiento”, dijo en una entrevista el miércoles.
Los funcionarios de la Fed también vigilarán de cerca si los consumidores empiezan a cambiar sustancialmente sus expectativas sobre la inflación futura, algo que Goolsbee dijo que sería “una señal muy alarmante”.
Hasta ahora, las pruebas de que los estadounidenses hayan perdido la fe en que con el tiempo la inflación bajará son escasas. Sin embargo, la situación es delicada dadas las circunstancias de los últimos años.
“Acabamos de pasar por la experiencia inflacionista más grave de los últimos 40 años”, dijo David Wilcox, investigador principal del Instituto Peterson de Economía Internacional y director de investigación económica estadounidense de Bloomberg Economics, quien previamente dirigió la división de investigación y estadísticas de la Reserva Federal. “Los riesgos políticos asociados a una complacencia infundada en materia de inflación tienen que ser mucho mayores”.
Alan Rappeport es reportero en materia de política económica radicado en Washington. Cubre el Departamento del Tesoro estadounidense y escribe sobre impuestos, comercio y asuntos fiscales. Más de Alan Rappeport
Ana Swanson cubre comercio y economía internacional para el Times desde la corresponsalía en Washington. Ha sido periodista por más de una década. Más de Ana Swanson